Año: 2015
Duración: 103 min.
País: España
Dirección: Asier Altuna
Guión: Asier Altuna
Música: Javi Pez y Maite Arroitajauregi
Fotografía: Javier Agirre Erauso
Reparto:
Iraia Elias, Kandido Uranga, Klara Badiola, Ander Lipus, Manu Uranga, Amparo Badiola, Nagore Aramburu...

Música: Javi Pez y Maite Arroitajauregi
Fotografía: Javier Agirre Erauso
Reparto:
Iraia Elias, Kandido Uranga, Klara Badiola, Ander Lipus, Manu Uranga, Amparo Badiola, Nagore Aramburu...

Un caserío, en medio de un frondoso bosque, que representa un mundo antiguo, con sus costumbres ancestrales, como que nunca se dividirá la casa familiar, y será el primogénito varón quien herede la casa. Pero la vida de hoy hace que los dos hijos mayores, los varones, abandonen el caserío.
La única hija mujer, la oveja negra de la familia, artista y respondona, es quien se queda. Ella no se calla ante el mutismo de su padre, la sumisión de su madre y el silencio de la abuela.
Lo urbano frente a lo rural, el pasado frente al presente, los padres frente a los hijos. Todas estas cuestiones son reflejadas en la película desde el punto de vista de una abuela, que observa el mundo en silencio.

Amama es una película que no se cuenta, se siente. Es cine que respira al ritmo de la tierra, del caserío, de las heridas que no se nombran y de los silencios que lo dicen todo.
Desde el primer plano se nota que aquí hay una intención muy clara... hablar desde dentro, sin adornos innecesarios, con una sobriedad que conmueve más que cualquier exceso. La historia gira en torno a una familia vasca marcada por la rigidez, el arraigo, la tradición. Amama nos habla del conflicto inevitable entre generaciones, del peso de lo no dicho y de lo difícil que es, a veces, elegir entre lo que se espera de ti y lo que tú realmente deseas.
Visualmente es una maravilla, la fotografía es preciosa, muy cuidada y está llena de metáforas visuales que te atrapan aunque no sepas explicarlas. Tiene ese punto onírico que te deja pensando si lo que has visto es real o parte de algún sueño antiguo, pero en el que al final, todo encaja. Es una película que se cuece despacio, que te exige parar y observar.
Los personajes no gritan, no explican, son como esas personas de antes, de pueblo, que guardan el dolor dentro y lo muestran solo con la mirada o un gesto y eso es precisamente lo que la hace tan potente. Todo va por debajo, por capas, hay belleza y tristeza, hay lucha y resignación, pero también una rendija de esperanza.
No es una película para todos los públicos y eso me gusta. Tiene su propio ritmo y su propio idioma emocional.
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